Periódico Siglo Diecinueve, Junio
26 de 1854.
Ciudad de México.
Sello sexto de oficio.-- Años de mil
ochocientos cincuenta y cuatro y mil ochocientos cincuenta y cinco.-- Felipe N.
de Alcalde, teniente del escuadrón activo de Lanceros de Lampazos.--
Teniendo orden verbal del Excelentísimo
Señor comandante general del Departamento para recibir una declaración
circunstanciada al joven Macario Leal, de cuanto le haya pasado desde que los
indios bárbaros lo hicieron cautivo hasta la fecha en que logró escapárseles, y
habiendo de nombrar escribano para que
actúe en ella, elijo al sargento 2do de la tercera compañía del regimiento
activo de Lanceros de Monterrey, Juan N. Marichalar, quien advertido de la
obligación que contrae, acepta, jura y promete guardar sigilo y fidelidad en
cuanto actúe.-- Y para que conste lo firmó conmigo en la plaza de Monterrey, a
los doce días del mes de Mayo de mil ochocientos cincuenta y cuatro.-- F.N. de
alcalde.-- Juan N. Marichalar.
En la plaza de
Monterrey, y en la misma fecha, el Sr. Teniente citado hizo comparecer ante sí
a Macario Leal, a efecto de recabarle su declaración y ante mí, el presente
escribano, le hizo levantar la mano derecha y formar la señal de la cruz, y
habiéndole preguntado si juraba por Dios y la señal de la cruz decir verdad en
lo que se le interrogara, dijo: “sí, juro”.—Preguntando por su nombre, oficio y
vecindad, dijo: que se llamaba Macario Leal, de oficio zapatero, natural de la
villa de Laredo, y vecino de ella antes que se lo llevarán los
indios.—Preguntando diga, en caso de que se acuerde, en dónde, en qué día, qué
mesa y qué año fue cuando se lo llevaron los indios; qué tiempo estuvo entre
ellos, y cuanto le haya pasado durante su permanencia, así como lo que haya
observado respecto a sus usos y costumbres, y lo que sepa y le conste sobre el
modo de hacer sus incursiones a los Departamentos fronterizos, y por último, a
los que de ellos hostilizan con más frecuencia y porqué causa.—Dijo: que un año
después que invadieron los americanos a la república, no recordando ahora la
fecha y el mes, con motivo de acompañar a tres parientes suyos a la siembra de
una labor de la pertenencia de Doña Reyes Delgado, (madre del declarante), que
está situada en el rancho del Río, uno de sus parientes le mandó a traer una
mula que estaba amarrada inmediata a la cerca. Al llegar allí se oyó que reían,
pero no vio quienes eran, ni pudo sospechar que fueran los indios, como lo supo
después por ellos mismos. Luego que llevó la mula, la ensilló uno de sus
parientes y vio entonces a los bárbaros, dando inmediatamente aviso al
declarante, y al otro pariente para que se salvaran de la manera que pudieran,
haciéndolo él en su mula y escogiendo por el otro pariente a pie. El declarante quedó sin movimiento del susto
que recibió al verlos, y contra un palo; que en el mismo sitio lo hicieron
cautivo los indios, haciéndole uno de ellos montar a las ancas de su caballo,
mientras los demás se ocupaban en perseguir a sus dos parientes; uno de ellos
cayó desgraciadamente en sus manos y fue muerto en el acto, habiéndole quitado
la cabellera y obligado al exponente a que lo desnudara. En seguida lo montaron
en una caballo melado, amarrándole los pies por debajo de la barriga del
animal, la cintura a la cabeza de la silla; y como no llevaba freno y caminaban
por entre el monte, los mezquites que frecuentemente encontraban al paso le
estropeaban fuertemente, haciéndole el cuerpo hacia atrás, sin que pudiera seguir
este movimiento de la cintura abajo, sufriendo entonces agudos dolores.
En la noche
dio estampida la caballada que llevaban, asustada con el ruido que formaban las
tapaderas de los estribos, y el caballo que conducía al declarante siguió a los
demás en su fuga. Esa noche la
pasó perdido de los indios; y a la mañana siguiente que lo encontraron le
reconvinieron por no haber reparado la caballada, y a pesar de disculparse con
estar amarrado, le pegaron de azotes.
Al comenzar la
tarde del día siguiente llegaron a una ranchería, y poco antes de que se vieran
las tiendas o barracas, se oyeron unos tiros disparados por los que la
ocupaban, que fueron contestados en igual número por los indios que llevaban al
declarante. Luego que
llegaron lo apearon del caballo, lo desnudaron y comenzó a sufrir el tormento
que le daban los indios, pegándole de diversos modos, y atormentándole a tal
grado, que llegó a creer que lo mataban. La india que
lo martirizó más, se llamaba “Arriba del Sol” (Tabepete).
Al día
siguiente se levantó toda la ranchería y siguieron para San Antonio de Béjar,
siendo en número de cómo cuarenta entre hombres y mujeres. En el camino
encontraron unos contrabandistas que supone eran americanos, los que fueron
muertos por los indios, destrozando la carga que llevaban de indianas y tabaco,
y llevándose las mulas y caballos frisones que aquellos traían.
Al llegar a
San Antonio mataron unas reses y le dieron carne (cocida) con tuétano frío, con
prevención de que había que comer hasta que sintiera que se le reventaba el
vientre: luego que no pudo comer más, le dieron un guaje lleno de agua que le
hicieron apurar toda, y en seguida le compusieron un cigarro grueso de tabaco
americano, que le obligaron a fumarlo con objeto de que depusiera lo que le
habían dado, cuando lo estaba haciendo le amarraron por la cintura un mecate y
lo tiraron a un arroyo, donde se hundió tragando mucha agua. Ya casi sin
sentido lo sacaron y le comprimían el estómago para que arrojara el agua que
había bebido.
En el mismo
día pasaron de San Antonio, y fue cuando lo desamarraron. En la noche se
detuvieron en el monte, bien distantes de San Antonio, mataron un caballo que
asaron para comerle, y le dieron al declarante los riñones crudos, que se
resistía a tomar y le hicieron gustar con unos azotes, y ya no tomó agua que le
rehusaron en tres días.
Dándole este
maltrato siguieron para su ranchería, empleando para llegar como mes y medio.
Todas las noches cuando se acostaban a dormir los indios le amarraban las manos
por detrás, y de los pies en un mecate que tiraban a un árbol a levantarle medio cuerpo, de manera
que quedaba descansando solo sobre las espaldas. Luego que
llegaron a la ranchería que estaba a orillas del Río Gila, los recibieron con
mucho contento, manifestándoselo al declarante con azotes que le aplicaban.
En la noche le
dieron un baile, que formaron alrededor de una lumbrada, allí le hicieron
bailar la cabellera de su hermano, que uno de los indios recogió cuando lo
mataron. El destino que
le dieron en esa ranchería fue de cuidar la manada, y como no podía desempeñarlo
por ser mucha, le castigaban fuertemente. Así aprendió el idioma de ellos en un
año. Luego que lo
supo, lo sacaron para la campaña con los americanos en el Río Colorado. El
indio que lo llevó se llamaba “Bajo el Sol”, y era el capitán de ellos. Cuando
estaban peleando le dijo al declarante que le fuera a traer un gandul de las
mechas, o lo mataba. Éste por no recibir una muerte cierta, se aventuraba a ser
muerto por los americanos, acercándoseles demasiado, disparándoles jaras y
recibiendo varios riflazos en el chimal, y uno en una pierna. Volvió al lado
del capitán y fue reconvenido porque no había cumplido con lo que se le
previno, éste le contestó que porque les temía, y el capitán le dijo muchas
maldiciones y razones malas, y le mandó que le pintara un caballo tordillo de
colorado, azul, amarillo, verde y otros colores que llevaban, y que le pusiera
anteojos bermellón y una garantía colorada en el pescuezo y otra en la cola. En
seguida le dijo el indio: “ahora verás lo que es ser hombre, y hombre de los
escogidos”, entró a pelear con su lanza
y después echó pié a tierra mandándole a éste que retirara el caballo.
Recibió el indio veinte y tantos balazos y volvió con un americano de los
cabellos que le presentó al declarante para que luchara con él. Éste por ser
demasiado pequeño no pudo ni moverlo, y cuando intentó hacerlo le dio el
americano un espuelazo por lo que lo tiró el indio y lo mató. Llamó después a
los demás bárbaros que estaban vistiéndose de guerra y acabaron con los
americanos llevándose lo que les pertenecía.
En siete años
que estuvo el declarante con los indios, recibió siete balazos, y el último año
lo sacaron a la campaña con la gente de aquí.
En el camino
del Gallo encontraron unos arrieros a los que dieron muerte, reservándole al
declarante uno que no quiso matar, por lo que lo apalearon. Entonces fue cuando
formó resolución de escapárseles, y lo consiguió en la noche desviándose un
poco de los indios con pretexto de satisfacer una necesidad, y llevándose un
burro que tuvo que dejarle después a otro indio, escondiéndose a corta
distancia del Gallo en unos matorrales, mientras los indios continuaban su
marcha. Al día siguiente se presentó al Sr. juez de aquella hacienda, quien le
mando fuera por sus armas que había dejado donde pasó la noche. Cerca de este
lugar estaban unos hombres que le impedían el paso, pero éste por cumplir con
la orden que se le había dado, siguió a tomar su arco, luego que se armó de él,
corrieron los hombres anunciando a los indios con dirección a la casa de la
hacienda, pero el exponente los llamó para que le ayudarán a llevar sus cosas,
diciéndoles que era cautivo. Efectivamente le ayudaron, pero nada de lo que
tomaron a su cuidado lo devolvieron, incluso una bolsa con pesos de oro, dio
aviso de esto al señor juez de aquella hacienda, y lo único que pudo conseguir
fue su arco y cuatro jaras.
De allí lo
mandaron para Durango, y en seguida a esta capital por disposición del
Excelentísimo Señor Gobernador y Comandante General de este Departamento.
En el tiempo
que el declarante estuvo con los indios, pudo observar que creen en un Dios que
lo consideran en la altura y le piden siempre el buen éxito de sus empresas,
pero no le tienen edificado ningún templo ni oraciones religiosas determinadas,
solamente a la hora de la comida es una misma, partiendo un pedazo de carne lo
reservan para su Dios, ofreciéndoselo, y de ese pedazo no hacen otro uso sino
que lo entierran. No creen que haya otra vida más que la presente, ni esperan
jamás premio o castigo de sus acciones. Hay algunos indios que adoran al sol,
la luna o las estrellas.
El chimal
entre ellos es un arma defensiva a la que tributan mucha veneración, teniéndole
cuando no combaten perfectamente cubierto, y con más empeño en tiempo de
lluvias para preservarlo del agua. Lo forman de cuero de cíbolo, restirándolo
perfectamente, rociándolo en esa disposición con agua hirviendo. Lo forran de
gamuza, y esta operación la celebran con un mitote. Su forma es circular, de
tres cuartas de diámetro. Por la parte posterior le ponen una faja o aro para
meter el brazo y resguardarse de los tiros que les disparan. Jamás fuman
delante de este escudo, ni pasan agua o carne junto de él, teniendo el mayor
cuidado en cumplir con esta obligación que consideran religiosa. Para dormir
colocan el chimal en un palo alto, y lejos de él forman su cama, poniendo la
cabecera por el lado donde está suspendido. Cada indio le coloca al suyo una
cabeza de animal pintada con almagre. Hay otros que le ponen la cabeza natural
disecada, y creen que el animal que ellos han elegido es el que tiene la virtud
de preservarles de los tiros que reciben de él.
No tienen
leyes civiles que les arreglen su modo de vivir, se rigen tan solo por las
naturales, y jamás le asiste a ninguno el derecho del más fuerte, por respetar
entre sí sus propiedades y ser muy religiosos en sus pagos, sin intención jamás
de hacer mal a sus compañeros. Solo una clase de castigo tienen admitido para
el indio que pretende turbar la tranquilidad doméstica de otro pretendiendo su
mujer. El marido, si los encuentra en el acto de adulterio, le recoge al otro
indio su caballo y bienes sin que se resista por ningún caso a entregarlos. La mujer que
abandona al marido para prostituirse tiene la pena de perder la nariz cuando el
interesado la encuentra.Sus
casamientos los arreglan por medio de un regalo que siempre consiste en el
mejor caballo que tiene el pretendiente, lo dirige al jefe de la familia con
quiere emparentar, y si es de su aprobación, lo recibe y queda el solicitante
unido en matrimonio con todas las hijas del que recibió el regalo.
La campaña la
hacen en todos tiempos, prefiriendo el verano por la facilidad para engordar
sus caballos. Para salir a ella convidan con música de tambor y baile alrededor
de una piel golpeándola con palitos. Este mitote comienza por la casa del
capitán y se va aumentando desde allí el número de combatientes. Reunidos ya
toman consejo de un indio anciano, a quien por su edad lo consideran de
experiencia y con suficiente juicio para asegurarles el éxito de su empresa.
Este indio lo llaman Tekuguiét, y es quien les señala el camino que deben tomar
y el modo de preservarse de los males que prevé les puedan sobrevenir.
Concluida esta ceremonia emprenden su marcha, siendo ese día verdaderamente
aparente porque pasan la noche a orillas de la población, al amanecer continúan
el viaje caminando todo el día, siendo así su marcha diaria hasta llegar al
punto que quieren hostilizar, aprovechando en el tránsito toda oportunidad que
se les presenta para ejercer su barbarie.
Los ancianos
entre ellos son de gran utilidad, porque por su edad duermen poco, y les sirven
de noche para vigilar mientras los demás se entregan al sueño. Dicen que nos
hacen la guerra porque no queremos celebrar las paces con ellos, y que o han de
destruirnos o a de acabar su raza.- La caballada y cautivos que llevan pasan
por la Laguna de Jaco y van a venderlos a San Carlos, llevándose el resto para
el Presidio del Norte, Acuyamé, Chihuahua y Nuevo México.
Los indios con
quienes estuvo el declarante temen acometer a este Departamento, porque se les
persigue con más empeño y causándoles más prejuicio que en Durango y los puntos
fronterizos de Occidente, por lo que prefieren hacer sus incursiones por
aquellos rumbos. Sus armas más usuales son flecha y lanza, y algunos usan
rifle. Los arcos los forman de palo de mora o uña de gato, prefiriendo el
primero. Lo preparan untándole sebo, y lo ponen al sol. La cuerda la forman de
venado o res, y solo tiemplan el arco cuando tienen necesidad de usarlo.
Las lanzas
(chuzos), se forman de un verduguillo perfectamente aguzado, de dos filos y
tres cuartas de largo. Lo aseguran en un palo fuerte, y para impedir que se
raje, les ponen comúnmente una faja o casquillo de plata para asegurar la parte
donde su une la moharra con el asta. Se proveen de esta clase de armas y de
rifles en San Carlos, Nuevo México y en el Río Colorado, pagándolas con moneda
o con las pieles que benefician de su cacería. Los trajes de los hombres
constan de una camiseta de indiana en forma de cotona cosida con nervios.
Mitazas, especie de chibarras formadas solo para cubrir las piernas, las
ajustan a la cintura con una correa y en los costados tienen una aleta que
aumenta el ancho progresivamente desde la parte alta hasta los pies. En las
orillas de esas aletas llevan unas correas largas que arrastran en el suelo con
objeto de borrar la huella que dejan cuando caminan a pie. Algunos usan a los
extremos de esas correas punteras de plata que al chocarse unas con otras
producen un ruido que les es agradable. El taparrabo (chánica) lo forman un
lienzo colorado de paño, siendo este color el que más prefieren y el usado
entre los indios de más proporciones. El calzado de los de esta clase es como
un zapato común de mujer, de pala alta, y cubren esta parte con chaquira
formando diversos dibujos. En la cabeza usan unas hebillas de plata con las que
sujetan las trenzas del pelo, y en tiempo de guerra llevan también un aro
cubierto de paño adornado con plumas en su derredor (nekunica), formado de una
gamuza cuadrada con una abertura en el centro, por donde pasan la cabeza, y
adornadas las orillas con chaquira y correas con punteras de plata. Enaguas de
gamuza hasta la rodilla, adornadas alrededor lo mismo que el nekunica. Su
calzado es de forma de bota sin tacón, las llevan hasta cerca de la rodilla y
con dibujos formados con abalorio y plata. Nada usan en la cabeza, y es una
distinción entre ellos el dejarse crecer el pelo.
Cuando se
muere algún indio, toda la ranchería se pone de luto, manifestando su pesar.
Los hombres con cortarse el pelo y las mujeres con raparse el casco y
haciéndose sajaduras en los carrillos, pechos, manos, piernas y plantas de los
pies. A los indios que les sirven de criados, les cortan las orejas y a sus
caballos la crin. Durante veinte días no usan los indios plata ni adorno
alguno, y las mujeres traen descubierto de la cintura para arriba y los pies
sin napa, teguas o calzado.
Los juegos son carreras de caballo, pelota y
tórpetit. La pelota la juegan con unos palos curvos (que hacen veces de chacual
o raqueta), y una superficie plana y las otras convexa. Las mujeres juegan con
los pies. El tórpetit
consta de ocho palitos semi-cilíndricos, de un geme de largo. En la superficie
plana le abren un canal al centro que pintan de colorado, y a las orillas unos
puntos negros. Se sirven de ellos como en el juego de dados, tirándolos y
contando el número de puntos que reúnen todos los palos que caen con la
superficie acanalada hacia arriba.
Que no tiene
más que decir, que lo dicho es la verdad a cargo del juramento que tiene
prestado. En lo que se afirmó y ratificó leída que le fue esta su declaración,
expresando ser de veinte años de edad y firmando con el Sr. Juez fiscal y
presente escribano.—Felipe N. de
Alcalde.—Macario Leal.—Doy fe.—Juan N. Marichalar.
Fuente:
Hemeroteca Nacional